Bellas durmientes.

Foto: Gaelia Smith.

«En un futuro tan real y cercano que podría ser hoy, cuando las mujeres se duermen, brota de su cuerpo una especie de capullo que las aísla del exterior. […] Los hombres, por su parte, quedan abandonados a sus instintos primarios...»

… y es que, en un mundo donde la dualidad del ser está en compendio entre lo masculino y lo femenino, ¿qué pasaría si renegáramos de nuestra parte femenina?

Componemos nuestra esencia entre la parte y su contrario, porque nos nutrimos de lo necesario de cada una de ellas. Porque la dualidad es lo que mantiene el equilibrio en nuestra alma. Sin este equilibrio no tendríamos la percepción extra sensorial de lo natural.

Porque en Bellas durmientes, encontramos la dicotomía de la pérdida de nuestra parte femenina dejando sola la singularidad masculina en su partícula primigenia, sin esa estabilidad, perdemos la completa razón del ser. Al renegar de nuestra composición quedamos a la deriva, presos a la nada, al ninguneo de nuestros instintos, sin tener en cuenta la meta que nos lleva a la materialización de nuestros sueños. Hombre o mujer. Mujer u hombre.

Sin nuestro trasunto femenino convivimos con el vacío existencial, con lo incompleto, una parte banal, sola. Al igual que la pérdida de su contrario. Sin ambos, nos degradaríamos a la inconsciencia.

Stephen King nos demuestra, en esta novela, la necesidad de perseguir la dualidad completa, sin necesidad de elegir entre una y otra, ambas en su justa medida crean la armonía precisa sin necesidad de hablar de abusos, maltratos. Sin tener que pisotear la capacidad de una y de otras. Juntos.

Porque lo femenino completa a lo masculino. Y viceversa. Porque se crea una consonancia inexpugnable.

Dúo.

Cuidemos de nuestra alma con su división de poderes ya que, sino, seguiríamos tan ciegos como hasta ahora.

!Despierta¡

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