La campana de cristal.

Tiempo.

Hace algún tiempo perdí mi esencia.

De un tiempo a esta parte no sé dónde hallarme ni cómo. Es probable que sea una tormenta temporal (tiempo) o no. ¿Es posible que ya no vuelva a encontrarla? ¡Ay, esencia! Cuestiones de necia importancia.

Me encontraba en blanco y negro cuando siempre he sido la mujer de los colores vivos en el alma y en los ojos y ahora estos ojos verdes se han quedado grises, meditabundos y sin brillo.

Todo es cuestión de elecciones. Elegimos cada camino que nos abre unas u otras sendas con resultados muy distintos al que creímos. El tan malvado y temido «y si…»

Añoro ese «cuando sea mayor voy a …», «cuando sea mayor seré…»

Ya soy mayor (Kundera, tú y yo en breve tendremos una cita) y todas esas expectativas se han reconvertido en algo totalmente distinto a lo planeado. Ya lo dice mi madre: «como que no se pueden hacer planes».

Puede que sea el tiempo que pone a cada uno en su lugar (tópico) o puede que a lo mejor sea yo el fraude y no sepa apreciar esas cosas buenas que da la vida.

No. No tiene caso. No es el caso.

No se trata de esto. No se trata de personas, no se trata de situaciones, de formas materiales, no. Ese algo que brillaba ya no lo hace y aún no encuentro la razón de porqué no lo hace. Soluciones habrá en demasía pero no me hacen referencia porque casi siempre se habla de la parte del ego. No.

Soy feliz. Tengo todo lo que quiero, tengo todo lo que merezco. Tengo tanto que siempre, por donde voy, sonrío (a veces también me pongo brava, pero nadie lo sabe, ¿verdad Lara?) No es nada que esté en mi órbita. Porque todo está donde debe de estar.

Se trata de ese brillo, esa esencia, esa necesidad de encontrase una misma sin juicios político-sociales (no, no soy antisocial, pero tampoco lo contrario), se trata de la necesidad de ser y no de estar, se trata del compromiso que tienes contigo misma y la valentía de parar, quedarte a un lado, respirar, observar y seguir.

Respirar, observar y seguir.

Siempre he sido libre por naturaleza en el alma, siempre he defendido los valores intrínsecos del ser humano y no las referencias materiales y monetarias que alguien pueda conseguir (¿de qué sirve el dinero si no sabes quién eres?)

Soy libre para ser, para sentir (ahora entiendo todas esas frases que hablabais Yeyo y tú, mamá, en el salón de casa) para adentrarse dentro del alma. Que siga el mundo su andar frenético, las personas que saben buscar encuentran lo que necesitan. Siempre. Quien busca, encuentra.

Mi esencia sigue conmigo, claro que sí. Pero necesito que brille con esa intensidad insultante con que lo hacía antes y sentir de nuevo esa libertad en el alma para derribar cualquier imposición aprendida de forma artificial.

Ahora que escribo sé que debo despojarme de todas esas necesidades impuestas y vivir un poco más pegada a mí, a mi ser y a mi órbita. Se trata de tiempo para ser, tiempo para crear y para crecer. Simple aunque complejo.

¡Ay, Laurita, qué necesario fue el libro de Sylvia Plath! Siempre tienes ese as en la manga, siempre me lees entre líneas y, sin darte cuenta, sabes qué necesito y cuándo. Es importante tener a alguien como tú muy cerquita del alma.

Cuando leí La Campana de cristal de Sylvia Plath me replanteé muchas de las verdades que tenía ante mí y que, por desconocimiento, creía erróneas. Siempre se aprende algo nuevo con un buen libro. Pero este conocimiento se me fue dando paulatinamente, cuando asimilas los pasajes, las vivencias y entiendes bien qué debe significar una campana de cristal en una vida, qué es lo que puede hacer una campana de cristal con la esencia de una persona.

La campana cae cuando menos te lo esperas y después es difícil levantarla sin ayuda.

Levanta tu campana, somos muchas almas en conexión continua. Siempre alguien viene cuando debe hacerlo. Energía para romper cualquier cristal que se interponga entre tú y tu esencia.

Vive, ama y siente.

Levanta tu campana.
Se.

El país del miedo.

La violencia.

La violencia como objetivo de separación.

El miedo que se instala en nuestro comportamiento para alterarlo y, así, ver lo diferente de una forma obtusa, deforme. Amenazante.


El miedo genera desconcierto, amenaza, situaciones inesperada, individualismo y odio a lo que no conocemos. Desolación.

Nos enseñan a odiar lo diferente. Desechamos a las personas diferentes. Dejamos a un lado lo real para infundirnos en una sociedad recreada de monstruos y amenaza constante hacia nosotros mismos.

Si eres diferente pierdes. Pierdes porque el grupo te abandona por miedo a que se les señale como encubridores. Alguien a quien la violencia persigue y señala con sus puños de hierro se convierte en miedo. Porque si estás al lado de alguien diferente, tú también serás violentado.

Una sociedad miedosa genera diferencias. Diferencias cada vez más grotescas y absurdas. Cuantas más diferencia se genere entre sus habitantes, más desconfianza habrá. El miedo será primordial.

El odio impera ante lo desconocido. Amenaza tus bienes, te deja desamparado. Porque el miedo te quita más y más.

Porque hay diferencias y esas diferencias se estigmatizan. Generan desorientación, incoherencia y, por lo tanto, intolerancia. El bien sabido: yo no creo en esto pero…

Sociedad individualizada.

Uno mira por si mismo y lo que le suceda al vecino no incumbe: yo estoy bien, ande yo caliente… Virgencita que me quede como estoy.

Esto es lo que genera la sociedad del odio, del miedo y de la separación.

Porque si estamos separados quedaremos solos, sin posibilidad de unión ante cualquier situación de vital importancia: nadie alzará la voz, porque se necesitan varias voces para ser escuchados y nadie quiere señalarse hoy en día.

Pero, ¿Cómo podemos actuar ante ciertos tipos de violencia? ¿Cómo podemos actuar ante una persona violenta, ante una ley que no protege, ante una sociedad sordomuda?

Isaac Rosa en El país del miedo propone una sociedad desequilibrada. Desequilibrada por miedo a todo y a todos, por cómo cada individuo adquiere su rol en estos entresijos de la violencia y como se ejecuta el teatro de lo absurdo y lo antinatural.

Obtenemos, en este libro, una visión general de las diferentes violencias que asolan nuestro mundo y la propensión de ciertos individuos a declararse violentos, señores de la guerra sucia del pueblo, la violencia pactada y desconsiderada.

Ciertos tipos de miedos son infundados por el aparato del estado que nos necesita separados para que la voz no se oiga, para que el pensamiento esté reprimido. Para evitar la represalia hacia lo inevitable. Nos entretienen entre nosotros para desviar nuestra atención de lo que sigue siendo importante y seguirá sucediendo en un país del miedo a todo por el todo.

La violencia sólo puede traer violencia. No hay diálogo en una situación donde imperan los golpes. No hay sentido común. Solo impera la ley del más fuerte. Del que golpea más. ¿Es justo para nosotros?

El verdadero enemigo no está entre nosotros, sino contra nosotros. ¿Podremos generar conciencia de grupo y conseguir derrotar al miedo? ¿Cómo sería vivir en un mundo sin la amenaza constante?

¿Podríamos hacerlo? Da un paso adelante.

¡Ya!

A sangre fría.

Leer.

Cuando leemos lo hacemos por diversos motivos: divertimento, aprendizaje, distracción, etc. Leer nos transporta a nuestra realidad paralela, la que nos hace recrear un mundo imaginario, compartido en esencia entre el autor y el lector. Y todo está dentro de la escena de ficción.

Ficción con toques de realidad. Ese podría ser queda en suspensión al pasar las páginas de nuestro libro.

Pero hay veces que esta ley cambia. Queda la realidad. Quedan los hechos reales. La verdad. El retrato del suceso, la descripción de una biografía.

Y te paras en la lectura, buscas en internet y encuentras fotos, hechos y sucesos que retratan las líneas de tu libro. Y no queda ni un ápice de imaginación al respecto porque todo es real. Se trata de la cruda realidad en sí misma. Y tu reacción cambia al volver a recorrer los párrafos del libro.

A sangre fría.

Truman Capote. Con esta novela sentó las bases de lo que hoy conocemos como true crimes.

Para mi era, hasta hoy, una historia desconocida. Miraba el libro en la estantería, primero de mis padres y ahora en la mía, en mi cuarto, en mi rincón.

Caso real con referencias a cartas, declaraciones, informes policiales; y el libro va tomando esa forma de realidad. Y sabes que sucedió así, tal cual se cuenta. Y todas las personas que en él aparecen. Demasiado reales. En una ocasión, a mitad del libro, no pude leer más, por miedo, terror a que fuera verdad. Y lo es.

Lo fue. Porque la familia Clutter existió en Kansas, en Garden City y sabes como era Nancy, como era Bonnie, Kanyon, Herb. Y solo entiendes que fue una locura maquinada por las mentes más perversas trasladadas a lo cotidiano. A lo mundano.

Difícil de aceptar que no sea solo ficción.

Difícil definir qué he sentido finalmente con este libro.

¿Lo recomendaría? Depende de la solemnidad que se le dé a la propia historia.

Depende de ti.

Personas decentes.

Decencia.

Personas decentes.

¿A qué llamamos ser una persona decente o, mejor dicho, en qué basamos la definición de ser una persona decente?

Hablaríamos de honradez, hablaríamos de rectitud. Pero, ¿en qué sentido? ¿Compromiso? ¿Coherencia? Decencia.

Según su definición, decencia hace referencia a la compostura correspondiente a cada persona. Comportamiento sólido dado por un contexto definido en la realidad de cada persona. No se puede medir la decencia a menos que sea comparándola directamente con las situaciones ocurridas. Experiencias.

Pues bien, teniendo en cuenta el significado podríamos hablar en mayor medida de coherencia. Porque la situación es la que define por completo los límites de la honradez de cada persona. Coherencia entre el significado y el significante, entre la acción y sus complementos. Entre la situación y su actuación.

La acción y su correlativa honradez. ¿Qué fin justifica el medio? ¿Cómo confirmar las consecuencias desde un significado incompleto? El contexto.

En Personas decentes, Leonardo Padura nos muestra la trayectoria de aquellas personas que retrata como decentes, en su mayoría arquetipos de diferentes clases sociales y coherentes con su rutina diaria, actuando en consecuencia, complementando sus acciones con la honradez que le permite cada situación. La vida les dispone una permanencia en sintonía con la posibilidad de vibrar bajo un mismo encuadre pero con diferentes prismas.

¿Cuál es el tuyo?

La comunidad.

Foto: Gaelia Smith

Decisiones.

Las decisiones conforman nuestra existencia. Consecuencias, ecos de las confrontaciones que albergan nuestro camino.

Decidir qué hacer, saber qué decir en el momento adecuado, ese momento que se roba un minuto, esa mirada, la necesidad de contacto que confirma que el poder del destino lo hallamos en la contraposición: sí o no, bien o mal, aquí o allá.

Responsabilidad. Miedo a la confrontación. Expectativas que quedan varadas a la espalda de cada pérdida, de cada ganancia.

Las decisiones traen consigo una consecuencia, una parte indeleble de la razón de ser de la persona y, en el peor de los casos, sólo queda hablar en pretérito de subjuntivo para calmar, para clamar al resultado fallido, la paciencia quebrada, esa parte disimulada.

Porque todo queda expuesto. Porque tú quedas expuesta a la sociedad. Y da miedo, da miedo cuando perdemos la batalla.

Encrucijadas. De eso trata la vida.

En La comunidad de Helen Flood, situada en Kastanjesvingen, nada es lo que parece porque cada paso descubre las intenciones más ocultas de los habitantes y queda en suspense lo que sucederá. Y para Rikke y Asmund sólo una decisión tomada hizo falta para quedar a merced de esas opiniones bárbaras de los demás.

Lectura rápida, inteligente, capaz de dejar en vilo hasta el siguiente capítulo. Yo lo hice, lo leí, ¿te atreves?. «Tus secretos ya no están a salvo, entra en la comunidad«.

Instrucciones para una ola de calor.

Fotografía: Gaelia Smith.

La familia. El calor. ¿Hay un libro de instrucciones para ello?

Recuerdo que mi madre siempre me decía: la familia es la familia. Enfatizaba en el peso de la pertenencia, en evitar por todo medio la soledad como individuos. En la facilidad de la incondicionalidad.

Definir familia es fácil, no hay más que confirmar los significados de la RAE o de cualquier buscador en Internet y comprobar un resultado común: grupo de personas que conviven juntas y que están unidas por lazos de parentescos o legales. Con este lenguaje despersonalizado, si miramos a nuestro alrededor, vislumbramos una parte de esa familia que se nos muestra en las definiciones. Pero, realmente, ¿Cuál es el significado subjetivo de la palabra familia?

Partimos de la base de que la familia es el clan del que dependemos, nuestras señas de identidad, la que nos permite constatar que pertenecemos a un sitio en concreto, la que te da el origen y las creencias básicas para comenzar el camino. Las primeras leyes de vida te la inculca la familia.

La familia es ADN, es lo que te hace parecido a tu hermana, prima, madre, sobrina…, lo que nos distingue entre toda una multitud. El consabido parecido físico entre unos hermanos, entre padre e hijo, entre sobrino y tío. Pero, ¿este parecido físico, este ADN, es suficiente para aceptar a la familia? Hablo de aceptación, sí, porque hay veces que la familia con parentescos de consanguineidad no se conoce, no se trata, no hay lazo espiritual. No hay otros lazos que no sean los de haber nacido en el mismo clan. ¿Es suficiente esta consanguineidad?

La familia también es política, como en la definición de la RAE, es decir, las personas que eligen los miembros del clan para compartir su vida. Adquiere ese matiz de familia política. ¿Puede la familia política ser más familia que la del clan? ¿Puede darse esa situación? A veces sí, a veces llegas a un entendimiento pleno con esa persona que no alcanzas con las de tu clan. Otras veces no y sucede todo lo contrario. ¿Por qué sucede esto?

La familia, a mi entender, es la base de la experiencia que crece paulatinamente a medida que nos vamos conociendo a nosotros mismos. Es la constancia, la nota discordante, a veces, la veracidad, la opacidad, la costumbre, la intransigencia. La solidaridad, la confianza. Ser. Somos nosotros mismos los que confirmamos esa pertenencia o la negamos. Los que tenemos la decisión, primera y final.

A veces contamos con secretos para no dañar. La prudencia que se vale de la mentira para validar su presencia. Obviamos el daño racional porque descompensa la balanza, esa mentira piadosa evitará la exposición al peligro de extinción de la familia. Esa ola de calor que nos deja hastiados hasta que desaparece y podemos pensar con claridad. Esas instrucciones para una exposición al peligro de la pérdida.

Porque hay verdades incómodas, porque hay verdades irrefutables. Porque de ellas depende el equilibrio.

Cuando leemos Instrucciones para una ola de calor comenzamos con una historia familiar no más importante que otra, una huella que deja el apellido Riordan y que, a medida que avanzan las páginas, percibimos lo que no se dijo, las consecuencias de unos actos inconscientes, las decisiones no tomadas a tiempo, la apariencia fingida y la necesidad de la permanencia como tal. Maggie O’Farrell nos propone una ruta a través de los Riordan para desentrañar la definición completa de la palabra familia, con descripciones brillantes, con pasajes vivos y ligeros, una tragicomedia que nos llega a todos de lleno porque, ¿quién no pertenece a una familia, sea como sea?

La familia, tatuaje imborrable. ¿Cómo es el tuyo?

La mujer que tenía los pies feos.

Fotografía: Gaelia Smith.

Las relaciones. Pilares fundamentales.

Los tres pilares fundamentales en los que se sustenta una relación son, a mi entender: el amor, la confianza y la independencia.

Cada persona es única, no una mezcla confusa de ambos.

Si esta independencia se pierde entra en juego la codicia humana, el afán del ser humano por controlarlo todo, que incluye a la otra persona y, esto hace que se difumine la línea en la que se deja de ser uno para vivir desde el lado de la otra parte, para convertirse en un trasunto del otro.

La sensación de dominación queda relegada al libre albedrío. Ya no hay reglas. Gana el que más aguante. Y lo que antes era, queda relegado a ser una sombra , un recuerdo de lo que fue para respaldar las decisiones sin bases, para pensar en común sin creer, perdiendo la individualidad que lo definía.

Una pareja no te resta. Nunca.

Una pareja suma. Suma todo lo que se necesita para complementar, no para dominar.

Una pareja beneficia a la otra parte para seguir siendo uno y, aún así, estar acompañado, en todos los sentidos. Todo lo demás se torna tóxico. Gris.

En La mujer que tenía los pies feos de Jordi Soler, se nos describe, de una manera tragicómica, la pérdida paulatina de la personalidad para adherirse a la de una pareja elegida con esmero; con anécdotas variopintas y acciones maquiavélicas nos va infundiendo esa inseguridad de no saber quién eres, quién quieres ser o cómo quieres ser dentro de esa comunión afectiva.

La pareja.

La pareja une, crece, aprende. Nutre.

Sé tú, contigo para poder ser con los demás.

El secreto de Luzbel.

Foto: Gaelia Smith.

Creencias. Fe.

Religión. Mediatización.

Creer. Creer en algo. Sólo creer es lo que nos humaniza en este plano terrenal que nos ocupa ya que, necesitamos una solución lejos de lo racional en aquellos momentos en los que no tenemos ninguna otra opción que la de aferrarnos a nuestras creencias. Creer en algo. Creer en alguien. Creer.

Sólo creer.

Y manifestamos estas creencias desde una forma íntima y personal, moldeando nuestra estructura de valores para conseguir generar la calma perfecta en los momentos de desesperación. Pero también mostramos nuestra fe de una forma colectiva, compartiendo con aquellos más afines las experiencias vividas y sentirnos, de esta forma, más arropados. Pero sigue siendo lo mismo. Fe.

No obstante, cuando esta fe se torna estática, albergada por una institución, dejamos abierta la posibilidad de la deshumanización de la fe, de la sinrazón. Porque cuando todo se institucionaliza, se torna en un dogma sin sentido aparente, juega un papel desmesurado la dualidad de las cosas: el bien como contrapunto del mal. El cielo como advenimiento de lo bueno, el infierno como castigo al mal.

Todas estás manifestaciones llevan a radicalizar una actitud que debería ser genuinamente personal porque cada persona creerá en lo que le hace más fuerte, en lo que le hace más feliz, en lo que lo convierte en más humano. Lo que no entendemos provoca desasosiego encarnando el miedo y el terror.

Miedo. Misterio. Terror.

Víctor Herrero, a grandes rasgos, trata este tema en El secreto de Luzbel, en el que un misterioso asesinato vuelve a asolar el Monasterio de la Vid. Vanesa Chacón, en colaboración con el capitán de la guardia civil, Ramón Gámez, intentarán desentrañar los misterios que envuelven este crimen tan atroz, teniendo de nuevo, en el punto de mira a Ángel Beltrán, personaje que juega un papel importante también en la primera parte El plan de Luzbel.

Novela negra inteligente y bien construida que, mediante un suceso trágico, saca a la palestra temas tan interesantes como las traiciones, creencias, superación y las relaciones interpersonales.

¿Te vienes?

Bellas durmientes.

Foto: Gaelia Smith.

«En un futuro tan real y cercano que podría ser hoy, cuando las mujeres se duermen, brota de su cuerpo una especie de capullo que las aísla del exterior. […] Los hombres, por su parte, quedan abandonados a sus instintos primarios...»

… y es que, en un mundo donde la dualidad del ser está en compendio entre lo masculino y lo femenino, ¿qué pasaría si renegáramos de nuestra parte femenina?

Componemos nuestra esencia entre la parte y su contrario, porque nos nutrimos de lo necesario de cada una de ellas. Porque la dualidad es lo que mantiene el equilibrio en nuestra alma. Sin este equilibrio no tendríamos la percepción extra sensorial de lo natural.

Porque en Bellas durmientes, encontramos la dicotomía de la pérdida de nuestra parte femenina dejando sola la singularidad masculina en su partícula primigenia, sin esa estabilidad, perdemos la completa razón del ser. Al renegar de nuestra composición quedamos a la deriva, presos a la nada, al ninguneo de nuestros instintos, sin tener en cuenta la meta que nos lleva a la materialización de nuestros sueños. Hombre o mujer. Mujer u hombre.

Sin nuestro trasunto femenino convivimos con el vacío existencial, con lo incompleto, una parte banal, sola. Al igual que la pérdida de su contrario. Sin ambos, nos degradaríamos a la inconsciencia.

Stephen King nos demuestra, en esta novela, la necesidad de perseguir la dualidad completa, sin necesidad de elegir entre una y otra, ambas en su justa medida crean la armonía precisa sin necesidad de hablar de abusos, maltratos. Sin tener que pisotear la capacidad de una y de otras. Juntos.

Porque lo femenino completa a lo masculino. Y viceversa. Porque se crea una consonancia inexpugnable.

Dúo.

Cuidemos de nuestra alma con su división de poderes ya que, sino, seguiríamos tan ciegos como hasta ahora.

!Despierta¡

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El ocaso de don Julio.

Foto: Gaelia Smith

¡Siempre me han llamado la atención las novelas de suspenses, los thrillers!.

Han sido clave para engancharme a una trama bien construida, con esa sorpresiva intrusión de cada personaje en el momento adecuado. Con esos finales de impresión que nos alejan de la rutina y nos dejan a su merced, la de esos buenos autores.

Lo que realmente atrae es la necesidad de suponer un porqué, maquinar la trama con el nacimiento de los personajes, intentar adelantarnos a los acontecimientos antes de que sean revelados en sus páginas.

Rara vez acertaba en mi predicción pero, para mí, esos son los buenos thrillers, esos en los que, aunque hagas cientos de cábalas en tu cabeza siempre sorprenden con un giro experto que nos deja, literalmente, boquiabierto.

En El ocaso de don Julio encontramos esta magnífica sucesión de elementos. Una buena redacción por parte del autor, Gabriel Estañ Cerezo, una trama que encandila desde las primeras páginas ya que don Julio es aquel personaje que todos hemos conocido alguna vez, un arquetipo detectivesco que reinventa la lectura de las novelas de suspense. Los elementos sorpresivos evocados por ese alguien que no esperas, ese final intenso que nos maneja las emociones generando la sorpresa, esa extrañeza fuera de lo común.

Intenso. Increíble en el cual, la política juega un papel fundamental en la sucesión de los acontecimientos ya que la corrupción de los antagonistas es necesaria para la evolución de don Julio. Ese poder corrupto que se va derramando en todos los resquicios que quedan libres, sin compasión, sin liberación alguna. Aquel que don Julio intentará combatir aunque de ello dependa su bienestar.

Cuando Gabriel contactó conmigo para darme la oportunidad de conocer su novela me lancé sin dudarlo ni un momento y, al sumergirme de lleno en ella, me sorprendí gratamente en cada página leída.

Sin duda una recomendación al cien por ciento. Se genera una muy buena experiencia de lectura, ya lo anticipo.

En El ocaso de don Julio nada es lo que parece pero todo puede ser real.

¿Te atreves a descubrirlo?

El Ocaso de Don Julio : Estañ Cerezo, Gabriel: Amazon.es: Libros