El misterio de la familia Fonseca.

Foto: Gaelia Smith.

La familia.

La familia es la que nos identifica como miembros de un clan, hace que seamos parte de alguien, parte de algo. Te muestra las raíces para que, a partir de esa base concéntrica, vayamos añadiendo los cimientos, aquellos que nos darán nuestra identidad, de los que estamos hechos para, así, darnos cuenta de lo que ya somos, para convertirnos en lo que seremos.

Hay familias que te dejan una huella que pervive en la mente de los descendientes, ya sea para bien o para mal. Y se queda, imborrable, su recuerdo tan nítido, transparente.

Cuando hay secretos entre los miembros del clan es cuando, verdaderamente, comenzamos a vagar en lo desconocido. Porque los secretos nos van ocultando parte de nuestra esencia vital, lo que somos. Nos quiebran la identidad, nos dejan sin huellas familiares. Sin nada.

Porque un secreto puede ser sólo eso: algo que escondemos pero, con el tiempo, irá aumentando de tamaño hasta llegar al desconocimiento de nosotros mismos, a no saber quiénes son los que nos rodean dentro de nuestro propio círculo.

En El misterio de la familia Fonseca, Pablo Poveda saca a relucir las controversias que acontecen en la familia Fonseca y todos de los que de ella dependen. Nos describe de muy diferentes maneras cómo una familia adinerada y aristócrata, aparentemente muy unida, puede estar tan separada hasta el punto de no reconocerse entre ellos.

Misterios, mentiras, rencores, amor. Secretos. Muertes.

Narración ligera, de fácil lectura que te atrapará en los primeros capítulos de la mano de Leopoldo, el periodista encargado del reportaje que revelará la verdad de la familia Fonseca.

¿Te atreves a descubrirlo? Te sorprenderá.

Con M de Mar.

Amor y muerte.

Dualidad constante en la existencia del ser humano. Nos da miedo el amor. Nos aterra encontrarnos cara a cara con la muerte. Pero convivimos con ella, intentando no hablar, intentando no tentarla. La ignoramos, pero sabemos que siempre estará ahí.

Es evidente que se ha ganado todas sus connotaciones negativas porque hablar de muerte es hablar de pérdida, de devastación. Es un punto y aparte de lo que obtuvimos para comenzar de cero, reconstruyendo lo que murió con la muerte.

Sin embargo, la otra cara de la moneda es la vida. El amor. Todo gira en torno a estas dos realidades. Amor, vida, vida y amor.

Nos imaginamos felices, completando nuestras carencias con las personas que orbitan a nuestro lado, necesitando de unos, aportándole a otros, pero siempre en constante movimiento.

Vida y amor equivalen a un movimiento continuo. Con la muerte todo para.

Blanco y negro.

Cuando buscamos el amor generamos nuestra mejor faceta para que no se nos escape entre los dedos, para causar esa buena impresión que hará, a su vez, de tarjeta de presentación. Porque nos da miedo mostrarnos tal y como somos.

Esa es la realidad.

El miedo es la realidad. El miedo a la pérdida, el miedo al rechazo. El miedo a lo desconocido.

El miedo.

Rosa Grau en Con M de Mar, nos muestra la cara más natural de la muerte reencarnada en la increíble Mar, una singular joven que intenta, aprovechando las vacaciones obtenidas en el inframundo, encontrar las satisfacciones que pueda aportarle la vida en todo su esplendor. Lo hará de la mano de Daniel, policía que acudirá a desentrañar un vil asesinato en una sucesión de acontecimientos tragicómicos por los que nos mostrarán la dualidad existencial.

La novela deja huella ya que es la historia que queremos vivir, la sensación que necesitamos, aquella que nos vuelve del revés aquellas concepciones trágicas sobre la pérdida, mostrándonos una alternativa divertida, grácil y conmovedora.

Como decían aquellos All you need is love, Rosa Grau ha sabido sacarle todo el partido a esta declaración de intenciones.

Increíble. Imparable. Sensacional.

El lagarto clueco.

La normalidad nos define como seres rutinarios que ejecutan siempre las mismas pautas y acciones en un momento y lugar determinado.

Es así. Somos animales de costumbres, desde la cuna, y esas costumbres están para hacernos sentir, de alguna manera, seguros y, para sabernos a salvo de los cambios ya que la resiliencia, como tal, nos viene a veces demasiado grande.

Porque con la rutina sabemos que todo lo que nos rodea se mantiene bajo nuestro control, manejamos las situaciones porque ya sabemos el camino que tomarán, sabemos qué contestar, qué opinar porque el hilo no se ha roto, sigue pendiente de nuestra psique. Sigue con nosotros.

Tememos perder el control.

Porque si perdemos el control ya no somos parte de nada. Todo queda en manos de la inesperada improvisación. Ya no hay vuelta atrás.

Imaginarnos cerca de la locura nos deja perdidos en el caos, es la perdición, lo malo que puede salir fuera de nosotros y que, además, aún no sabemos que existe.

Porque no nos conocemos lo suficiente para dejar la mano en el fuego, no sabemos hasta dónde podríamos llegar. Y sólo vislumbrar esa posibilidad quedamos a merced de la piedad, del ruego, de no dar un paso en falso, porque da miedo. Nos da miedo.

Nadie llega a conocerte tan bien para lograr llegar a esa profundidad tan oscura.

Porque no lo sabemos. Porque no lo entendemos.

Lola Quintana en El lagarto clueco nos deja a la intemperie esa incertidumbre de la enajenación, ese lugar turbio y dudoso de la cordura pensando en la dicotomía de hacer o no hacer, en el límite de esa acción siniestra.

Lola Quintana juega con las palabras porque son ellas mismas las que desencadenan el acto temido. Sólo hace falta la acción. Te arrojas al sentimiento maléfico y hallas la oscuridad latente, sin control, sin gestión. Sin arrepentimiento.

El lagarto clueco es una de esas novelas en la que el paisaje lanzaroteño nos descubre esas zonas áridas y desérticas. Inaccesibles. Esa zona volcánica del Timanfaya, de Fuerteventura, que nos traslada esa soledad y la intención de pérdida de la que tanto se nutren los personajes. Esa compañía sin serlo, esa verdad tan oscura.

El lenguaje dialectal, la vida de las arraigadas costumbres, las apariencias, la mentira de lo consciente. La temeridad. Este compendio es una parte importante de lo que encontraremos en sus líneas, sumido todo en una acción vertiginosa, de esas que te dejan pensar, de las que dejan huella.

¿Hacemos el viaje?

Manual para mujeres de la limpieza.

La vida. La complejidad.

Realidades que se van superponiendo a la obviedad que abarcan las horas, los días, lugares iguales, familia, la infancia.

E imaginamos vidas distintas como esos sueños inalcanzables, irrealizables. Nos dejamos llevar para sentirnos dignos de otras realidades paralelas.

La cara oculta que no proyectamos.

Y de esa manera dejamos paso a la nueva historia que va creciendo al cerrar nuestros ojos, al pensarnos en distintos lugares, eligiendo la otra cara de la moneda, aferrándonos a aquella oportunidad que se nos escapó como arena entre las manos.

Ese temible e incierto: «¿Y si…?«.

Porque la vida golpea y lo hace a destiempo, y nos deja con ese suspiro a medias, esa tranquilidad desalentadora que nos encuentra cabizbajos, lamentándonos de nuestra propia existencia por ese amalgama de futuro incierto, por el pasado etéreo que nos precede.

Por la inexistencia del presente.

Y Lucía Berlín en Manual para mujeres de la limpieza retrata esa realidad sin filtros y sin esos créditos de películas hollywoodienses con finales increíbles.

No.

Lucía Berlín nos muestra esa realidad americana de los 50 desde los ojos de una maestra de escuela, de una mujer de la limpieza, vista por los presos de un penal, por la rutina incansable de una lavandería. La familia rota. La honestidad baldía . La barbarie. La muerte.

Todos los relatos de Manual para mujeres de la limpieza son piezas únicas en los que los personajes son trasunto de la vida de la autora. Su yo literario y su complejo mundo se gestan en sus líneas con temas recurrentes que marcan la narración, como la desigualdad, la decrepitud, drogas, amor, muerte.

Una protagonista: la barbarie, ofreciéndonos esa literatura de frontera, esa narración cálida y violenta, familiar y solitarias, desalentadora, árida, moribunda, decrépita, nauseabunda.

Sin duda, una estructura narrativa espectacular que nos deja el regusto de esa primera lectura pero que, si volvemos sobre sus páginas, seguiremos obteniendo nuevos matices que nos harán entender un mismo relato de distinta manera. Eso es la genialidad.