El visitante.

Foto: Gaelia Smith

La consciencia que todo ser humano contiene conforma aspectos sociales y morales en los que, realmente, se basa nuestra supervivencia.

Somos seres sociales por naturaleza. Como los animales, vivimos en manadas: familias, grupo de amigos y relaciones laborales que nos hacen pertenecer a un círculo y sentirnos, a su vez, protegidos de cualquier desavenencia que nos embargue.

También tenemos principios morales en los que regimos la concepción antiquísima del bien y del mal. ¿Pero qué es el bien?. ¿Qué es el mal? ¿Por qué línea o líneas tenemos que basar el límite de la contraposición de dichos valores?

Si vamos al comienzo, Aristóteles nos decía que el bien es todo aquello que nos cause y nos dirija a un orden completo, que nos acerque a un fin, a un objetivo. Por tanto, el mal es todo aquello que se considere contrario a este aspecto. Siguiendo esta afirmación, toda persona busca el orden, la posibilidad de una meta para seguir conformando logros, para alimentarnos de experiencias que engrandezcan nuestra esencia vital.

Pero hablamos de orden intensificado en la quietud para que, en todo momento, percibamos lo que nos hace crecer, los que nos haga entender el significado de nosotros mismos.

La Fe. Esa creencia que poseemos en algo (o alguien) que, sin haber motivos, sin haber preguntas, seguimos hasta la consecución de una meta. Esa posibilidad de encontrar la parte que hace visible la tranquilidad que nos hace invencibles. El apoyo que necesitamos.

Jon Vendon, en su novela El Visitante, nos muestra esos aspectos que engloban la Fe (en la acepción más general de la palabra) en un posible suceso que aparece en nuestras vidas y que, como es natural, no concibe explicación ni consta de más sentido que el de la posibilidad del orden esencial de nuestras vidas, de la aparición de esos valores morales en la persona que la posee. La oportunidad de ser. La posibilidad de encontrar.

Escrita en formato thriller, se centra en un tema no menos polémico y desconocido como es la propia Fe.

Lectura seductora, personajes completos, evolucionados y generando siempre el clima de suspense, te dejará huella con su lectura y, lo más importante, nos da la oportunidad de pensar.

De eso se trata. ¿Te atreves?

Con M de Mar.

Amor y muerte.

Dualidad constante en la existencia del ser humano. Nos da miedo el amor. Nos aterra encontrarnos cara a cara con la muerte. Pero convivimos con ella, intentando no hablar, intentando no tentarla. La ignoramos, pero sabemos que siempre estará ahí.

Es evidente que se ha ganado todas sus connotaciones negativas porque hablar de muerte es hablar de pérdida, de devastación. Es un punto y aparte de lo que obtuvimos para comenzar de cero, reconstruyendo lo que murió con la muerte.

Sin embargo, la otra cara de la moneda es la vida. El amor. Todo gira en torno a estas dos realidades. Amor, vida, vida y amor.

Nos imaginamos felices, completando nuestras carencias con las personas que orbitan a nuestro lado, necesitando de unos, aportándole a otros, pero siempre en constante movimiento.

Vida y amor equivalen a un movimiento continuo. Con la muerte todo para.

Blanco y negro.

Cuando buscamos el amor generamos nuestra mejor faceta para que no se nos escape entre los dedos, para causar esa buena impresión que hará, a su vez, de tarjeta de presentación. Porque nos da miedo mostrarnos tal y como somos.

Esa es la realidad.

El miedo es la realidad. El miedo a la pérdida, el miedo al rechazo. El miedo a lo desconocido.

El miedo.

Rosa Grau en Con M de Mar, nos muestra la cara más natural de la muerte reencarnada en la increíble Mar, una singular joven que intenta, aprovechando las vacaciones obtenidas en el inframundo, encontrar las satisfacciones que pueda aportarle la vida en todo su esplendor. Lo hará de la mano de Daniel, policía que acudirá a desentrañar un vil asesinato en una sucesión de acontecimientos tragicómicos por los que nos mostrarán la dualidad existencial.

La novela deja huella ya que es la historia que queremos vivir, la sensación que necesitamos, aquella que nos vuelve del revés aquellas concepciones trágicas sobre la pérdida, mostrándonos una alternativa divertida, grácil y conmovedora.

Como decían aquellos All you need is love, Rosa Grau ha sabido sacarle todo el partido a esta declaración de intenciones.

Increíble. Imparable. Sensacional.