La orilla celeste del agua.

Fotografía: Gaelia Smith

Albergamos una inteligencia social que desde el principio de nuestros tiempos está destinada a la acción.

Ahora, en nuestra era digital, queda acotada a las raquíticas frases recibidas que devoramos desde alguna de las innumerables pantallas de nuestros dispositivos electrónicos. Y cuando interaccionamos con algunos de esos followers ofrecemos la impresión que cada uno merece de nosotros, esa parte bien distinta que, intencionadamente, no se acerca a lo que realmente somos.

Sin embargo, cuando tenemos la posibilidad de accionar esa compatibilidad social cara a cara, quedamos agazapados en nuestro cubículo sin tener nada que contar, sin revelar todo lo irreal.

Porque ya no hay filtros. Porque nada se lee, todo se siente.

Lo que mueve el mundo en esta era digital es la producción material. Cuanta más producción generes mayor valor obtienes pero, ¿Dónde queda la satisfacción de nuestro interior?

Esta contrapartida está dotada de la nutrición de nuestro ser, la posibilidad de centrarnos en lo que nos hace grandes y crecer alimentando nuestra alma. Permitirnos ese gozo que viene dado por lo abstracto, lo inmaterial pero que deja una huella incandescente en nuestro interior que nos permite aprender a ser lo que necesitamos ser, lo que queremos ser.

Desconectarnos de lo material para poder entrar en contacto con lo natural.

En La orilla celeste del agua, Jordi Soler nos reafirma las pautas para cultivar, para moldear nuestro ser mediante todo aquello que nos produce un beneficio espiritual, propone la desconexión de todo lo que nos aleje de nosotros mismos; crear un mapa de senderos que nos muestren el camino para realizar nuestra mejor versión.

Maravilloso ensayo que pone de manifiesto las diferentes artes y la necesidad del silencio para complacer nuestra alma.

Conocernos y reconocernos en lo que queremos y no en la imposición infructífera de lo material.

Para. Escucha. Siente.

Cuatro por cuatro.

Foto: Gaelia Smith.

La élite.

El acceso total al control, limitado sólo a unos cuantos privilegiados, magnates del engaño y la perversión.

Todo lo que queda por debajo de lo que consideran la élite quedará subordinado, bajo control.

Sólo hay un punto de vista, un pensamiento común adaptado a esa realidad creada para ese fin. Su credo.

Porque en todo poder hay corrupción y quien no juega con las reglas dictadas, estará fuera. Porque nunca se cuestionan los problemas en la élite, se eliminan.

Y ya no importan las personas como tal sino la posibilidad de poner un precio. Si se puede comprar, estará a su alcance. Así se mantiene el rol del control, tienen la posibilidad de ser propietario de algo, de alguien. Porque todo lo demás no importa.

No importa. No, importa.

Sara Mesa, en Cuatro por cuatro, nos muestra, de una manera descarnada, la realidad en donde reside el poder corrupto, la inmoralidad que emana el Gran Hermano, aquel que todo lo ve, aquel que todo lo sabe, la decisión sobre una vida, sobre una muerte. Narración que hace reflexionar sobre las dos caras del poder y el descreimiento de la verdad.

La libertad es el bien más preciado.

No permitas que te la arrebaten.

Con M de Mar.

Amor y muerte.

Dualidad constante en la existencia del ser humano. Nos da miedo el amor. Nos aterra encontrarnos cara a cara con la muerte. Pero convivimos con ella, intentando no hablar, intentando no tentarla. La ignoramos, pero sabemos que siempre estará ahí.

Es evidente que se ha ganado todas sus connotaciones negativas porque hablar de muerte es hablar de pérdida, de devastación. Es un punto y aparte de lo que obtuvimos para comenzar de cero, reconstruyendo lo que murió con la muerte.

Sin embargo, la otra cara de la moneda es la vida. El amor. Todo gira en torno a estas dos realidades. Amor, vida, vida y amor.

Nos imaginamos felices, completando nuestras carencias con las personas que orbitan a nuestro lado, necesitando de unos, aportándole a otros, pero siempre en constante movimiento.

Vida y amor equivalen a un movimiento continuo. Con la muerte todo para.

Blanco y negro.

Cuando buscamos el amor generamos nuestra mejor faceta para que no se nos escape entre los dedos, para causar esa buena impresión que hará, a su vez, de tarjeta de presentación. Porque nos da miedo mostrarnos tal y como somos.

Esa es la realidad.

El miedo es la realidad. El miedo a la pérdida, el miedo al rechazo. El miedo a lo desconocido.

El miedo.

Rosa Grau en Con M de Mar, nos muestra la cara más natural de la muerte reencarnada en la increíble Mar, una singular joven que intenta, aprovechando las vacaciones obtenidas en el inframundo, encontrar las satisfacciones que pueda aportarle la vida en todo su esplendor. Lo hará de la mano de Daniel, policía que acudirá a desentrañar un vil asesinato en una sucesión de acontecimientos tragicómicos por los que nos mostrarán la dualidad existencial.

La novela deja huella ya que es la historia que queremos vivir, la sensación que necesitamos, aquella que nos vuelve del revés aquellas concepciones trágicas sobre la pérdida, mostrándonos una alternativa divertida, grácil y conmovedora.

Como decían aquellos All you need is love, Rosa Grau ha sabido sacarle todo el partido a esta declaración de intenciones.

Increíble. Imparable. Sensacional.