Personas decentes.

Decencia.

Personas decentes.

¿A qué llamamos ser una persona decente o, mejor dicho, en qué basamos la definición de ser una persona decente?

Hablaríamos de honradez, hablaríamos de rectitud. Pero, ¿en qué sentido? ¿Compromiso? ¿Coherencia? Decencia.

Según su definición, decencia hace referencia a la compostura correspondiente a cada persona. Comportamiento sólido dado por un contexto definido en la realidad de cada persona. No se puede medir la decencia a menos que sea comparándola directamente con las situaciones ocurridas. Experiencias.

Pues bien, teniendo en cuenta el significado podríamos hablar en mayor medida de coherencia. Porque la situación es la que define por completo los límites de la honradez de cada persona. Coherencia entre el significado y el significante, entre la acción y sus complementos. Entre la situación y su actuación.

La acción y su correlativa honradez. ¿Qué fin justifica el medio? ¿Cómo confirmar las consecuencias desde un significado incompleto? El contexto.

En Personas decentes, Leonardo Padura nos muestra la trayectoria de aquellas personas que retrata como decentes, en su mayoría arquetipos de diferentes clases sociales y coherentes con su rutina diaria, actuando en consecuencia, complementando sus acciones con la honradez que le permite cada situación. La vida les dispone una permanencia en sintonía con la posibilidad de vibrar bajo un mismo encuadre pero con diferentes prismas.

¿Cuál es el tuyo?

La comunidad.

Foto: Gaelia Smith

Decisiones.

Las decisiones conforman nuestra existencia. Consecuencias, ecos de las confrontaciones que albergan nuestro camino.

Decidir qué hacer, saber qué decir en el momento adecuado, ese momento que se roba un minuto, esa mirada, la necesidad de contacto que confirma que el poder del destino lo hallamos en la contraposición: sí o no, bien o mal, aquí o allá.

Responsabilidad. Miedo a la confrontación. Expectativas que quedan varadas a la espalda de cada pérdida, de cada ganancia.

Las decisiones traen consigo una consecuencia, una parte indeleble de la razón de ser de la persona y, en el peor de los casos, sólo queda hablar en pretérito de subjuntivo para calmar, para clamar al resultado fallido, la paciencia quebrada, esa parte disimulada.

Porque todo queda expuesto. Porque tú quedas expuesta a la sociedad. Y da miedo, da miedo cuando perdemos la batalla.

Encrucijadas. De eso trata la vida.

En La comunidad de Helen Flood, situada en Kastanjesvingen, nada es lo que parece porque cada paso descubre las intenciones más ocultas de los habitantes y queda en suspense lo que sucederá. Y para Rikke y Asmund sólo una decisión tomada hizo falta para quedar a merced de esas opiniones bárbaras de los demás.

Lectura rápida, inteligente, capaz de dejar en vilo hasta el siguiente capítulo. Yo lo hice, lo leí, ¿te atreves?. «Tus secretos ya no están a salvo, entra en la comunidad«.

La mujer que tenía los pies feos.

Fotografía: Gaelia Smith.

Las relaciones. Pilares fundamentales.

Los tres pilares fundamentales en los que se sustenta una relación son, a mi entender: el amor, la confianza y la independencia.

Cada persona es única, no una mezcla confusa de ambos.

Si esta independencia se pierde entra en juego la codicia humana, el afán del ser humano por controlarlo todo, que incluye a la otra persona y, esto hace que se difumine la línea en la que se deja de ser uno para vivir desde el lado de la otra parte, para convertirse en un trasunto del otro.

La sensación de dominación queda relegada al libre albedrío. Ya no hay reglas. Gana el que más aguante. Y lo que antes era, queda relegado a ser una sombra , un recuerdo de lo que fue para respaldar las decisiones sin bases, para pensar en común sin creer, perdiendo la individualidad que lo definía.

Una pareja no te resta. Nunca.

Una pareja suma. Suma todo lo que se necesita para complementar, no para dominar.

Una pareja beneficia a la otra parte para seguir siendo uno y, aún así, estar acompañado, en todos los sentidos. Todo lo demás se torna tóxico. Gris.

En La mujer que tenía los pies feos de Jordi Soler, se nos describe, de una manera tragicómica, la pérdida paulatina de la personalidad para adherirse a la de una pareja elegida con esmero; con anécdotas variopintas y acciones maquiavélicas nos va infundiendo esa inseguridad de no saber quién eres, quién quieres ser o cómo quieres ser dentro de esa comunión afectiva.

La pareja.

La pareja une, crece, aprende. Nutre.

Sé tú, contigo para poder ser con los demás.

El ocaso de don Julio.

Foto: Gaelia Smith

¡Siempre me han llamado la atención las novelas de suspenses, los thrillers!.

Han sido clave para engancharme a una trama bien construida, con esa sorpresiva intrusión de cada personaje en el momento adecuado. Con esos finales de impresión que nos alejan de la rutina y nos dejan a su merced, la de esos buenos autores.

Lo que realmente atrae es la necesidad de suponer un porqué, maquinar la trama con el nacimiento de los personajes, intentar adelantarnos a los acontecimientos antes de que sean revelados en sus páginas.

Rara vez acertaba en mi predicción pero, para mí, esos son los buenos thrillers, esos en los que, aunque hagas cientos de cábalas en tu cabeza siempre sorprenden con un giro experto que nos deja, literalmente, boquiabierto.

En El ocaso de don Julio encontramos esta magnífica sucesión de elementos. Una buena redacción por parte del autor, Gabriel Estañ Cerezo, una trama que encandila desde las primeras páginas ya que don Julio es aquel personaje que todos hemos conocido alguna vez, un arquetipo detectivesco que reinventa la lectura de las novelas de suspense. Los elementos sorpresivos evocados por ese alguien que no esperas, ese final intenso que nos maneja las emociones generando la sorpresa, esa extrañeza fuera de lo común.

Intenso. Increíble en el cual, la política juega un papel fundamental en la sucesión de los acontecimientos ya que la corrupción de los antagonistas es necesaria para la evolución de don Julio. Ese poder corrupto que se va derramando en todos los resquicios que quedan libres, sin compasión, sin liberación alguna. Aquel que don Julio intentará combatir aunque de ello dependa su bienestar.

Cuando Gabriel contactó conmigo para darme la oportunidad de conocer su novela me lancé sin dudarlo ni un momento y, al sumergirme de lleno en ella, me sorprendí gratamente en cada página leída.

Sin duda una recomendación al cien por ciento. Se genera una muy buena experiencia de lectura, ya lo anticipo.

En El ocaso de don Julio nada es lo que parece pero todo puede ser real.

¿Te atreves a descubrirlo?

El Ocaso de Don Julio : Estañ Cerezo, Gabriel: Amazon.es: Libros

La orilla celeste del agua.

Fotografía: Gaelia Smith

Albergamos una inteligencia social que desde el principio de nuestros tiempos está destinada a la acción.

Ahora, en nuestra era digital, queda acotada a las raquíticas frases recibidas que devoramos desde alguna de las innumerables pantallas de nuestros dispositivos electrónicos. Y cuando interaccionamos con algunos de esos followers ofrecemos la impresión que cada uno merece de nosotros, esa parte bien distinta que, intencionadamente, no se acerca a lo que realmente somos.

Sin embargo, cuando tenemos la posibilidad de accionar esa compatibilidad social cara a cara, quedamos agazapados en nuestro cubículo sin tener nada que contar, sin revelar todo lo irreal.

Porque ya no hay filtros. Porque nada se lee, todo se siente.

Lo que mueve el mundo en esta era digital es la producción material. Cuanta más producción generes mayor valor obtienes pero, ¿Dónde queda la satisfacción de nuestro interior?

Esta contrapartida está dotada de la nutrición de nuestro ser, la posibilidad de centrarnos en lo que nos hace grandes y crecer alimentando nuestra alma. Permitirnos ese gozo que viene dado por lo abstracto, lo inmaterial pero que deja una huella incandescente en nuestro interior que nos permite aprender a ser lo que necesitamos ser, lo que queremos ser.

Desconectarnos de lo material para poder entrar en contacto con lo natural.

En La orilla celeste del agua, Jordi Soler nos reafirma las pautas para cultivar, para moldear nuestro ser mediante todo aquello que nos produce un beneficio espiritual, propone la desconexión de todo lo que nos aleje de nosotros mismos; crear un mapa de senderos que nos muestren el camino para realizar nuestra mejor versión.

Maravilloso ensayo que pone de manifiesto las diferentes artes y la necesidad del silencio para complacer nuestra alma.

Conocernos y reconocernos en lo que queremos y no en la imposición infructífera de lo material.

Para. Escucha. Siente.

Cuatro por cuatro.

Foto: Gaelia Smith.

La élite.

El acceso total al control, limitado sólo a unos cuantos privilegiados, magnates del engaño y la perversión.

Todo lo que queda por debajo de lo que consideran la élite quedará subordinado, bajo control.

Sólo hay un punto de vista, un pensamiento común adaptado a esa realidad creada para ese fin. Su credo.

Porque en todo poder hay corrupción y quien no juega con las reglas dictadas, estará fuera. Porque nunca se cuestionan los problemas en la élite, se eliminan.

Y ya no importan las personas como tal sino la posibilidad de poner un precio. Si se puede comprar, estará a su alcance. Así se mantiene el rol del control, tienen la posibilidad de ser propietario de algo, de alguien. Porque todo lo demás no importa.

No importa. No, importa.

Sara Mesa, en Cuatro por cuatro, nos muestra, de una manera descarnada, la realidad en donde reside el poder corrupto, la inmoralidad que emana el Gran Hermano, aquel que todo lo ve, aquel que todo lo sabe, la decisión sobre una vida, sobre una muerte. Narración que hace reflexionar sobre las dos caras del poder y el descreimiento de la verdad.

La libertad es el bien más preciado.

No permitas que te la arrebaten.

Temporada de avispas.

Un momento de nuestra vida. Un instante que queda marcado a fuego.

Una única vivencia es el punto de inflexión para creer que algo es de una determinada manera.

El subconsciente.

En nuestro subconsciente albergamos todo aquello que experimentamos con esa grandiosidad que caracteriza al acontecimiento que marca, que nos marca para bien, que lo hace para mal.

Que nos deja una huella imborrable.

La percepción de las cosas es pura subjetividad, con caracteres tan difusos que, con tan solo cambiar un mínimo detalle, la sensación sería increíblemente distinta. Porque todo se basa en los detalles. Aquellos que rigen esas situaciones de las que somos los protagonistas.

Una decisión lo es todo.

Pasos para cimentar nuestra persona, para encontrar aquello de lo que estamos hechos. La parte que decide es la que, en cada uno de esos dilemas, nos hace más fuertes, más seguros. Y esa decisión será la que influya en nuestra forma de relacionarnos, en la visión de nuestro mundo, en nuestra actuación.

Cuando la tomamos somos firmes, fieles a ella. Pero, ¿y si esa decisión no sólo nos afecta a nosotros sino que, también marcará el camino de otra persona?

Elisa Ferrer en Temporada de avispas, hace un recorrido por la vida de Núria, decepcionada y triste por la marcha temprana de su padre, intentará entender, de alguna manera, las decisiones tomadas por su madre en momentos decisivos de su vida y que, de una forma u otra, tendrá que llegar a aceptar para, asimismo, aceptarse ella misma.

Premio Tusquet, merecido por su prosa elegante y sencilla, intensa y, a veces cruda que nos da esa visión analítica de la realidad de la familia.

Mapa secreto del bosque.

Fotografía: Gaelia Smith.

Nuestra existencia transcurre entre un murmullo constante y atronador que no cesa.

Esta secuencia de sonidos inacabables nos aboca a esa socialización constante e insustancial, entendida ésta como la obligación de ese contacto superficial con los distintos caracteres que nos rodean para, así, poder seguir estando dentro de lo marcado. Dentro de lo considerado normalidad.

Nos han enseñado, a lo largo de los años, a no pensar por nosotros mismos. Lo hacemos mediante el grupo. Un grupo reinventado para tal fin. Porque necesitamos la socialización, pero de manera individualizada. De manera natural.

Porque no nos planteamos si lo que se nos dice es bueno o es malo, si es conveniente o no, si aporta coherencia o todo lo contrario.

La individualidad se ha perdido para pertenecer a lo global. Ya no optamos a la posibilidad de estar solos sin generar extrañezas en las miradas de los demás. No sabemos ser críticos con las imposiciones porque damos por supuesto que es lo óptimo, que es lo elegido por lo común.

Debemos volver a pensar. Tenemos que volver a aprender. Pero para ello hay que aprender a escuchar. Escuchar el silencio de nuestro pensamiento crítico, aquel que ordena todas esas sentencias que proclama la comunidad. Porque es global.

El silencio nos da la posibilidad de vaciarnos de ese murmullo constante y escuchar a nuestra esencia, aprender a conocer de lo que estamos hechos y el por qué hacemos lo que hacemos. A tener sentido.

Se nos imponen los pensamiento de la misma manera que se marcan los caminos, las carreteras. Los pasos y los prohibidos. Y nos dejamos guiar para no preocuparnos por las decisiones, por las consecuencias que derivan de ese pensamiento crítico. Ya no hay responsabilidad.

La posibilidad de adentrarnos en el bosque que nos propone el gran Jordi Soler en su libro Mapa secreto del bosque es el trasunto de adentrarnos a nuestro interior, volver a coger las riendas de lo que somos, de nuestra esencia, de la racionalidad y la sabiduría.

Llegar al punto álgido de evocar los pensamientos que van dando forma a nuestro verdadero yo. Ese dejarnos fluir para reencontrarnos con nuestro yo crítico, con el creador, con ese ego que nos vuelve seres mágicos. En sintonía con nuestro alrededor. Común e individual. Lo natural. Verdadero.

Un ensayo lleno de referencias literarias, filosóficas, citadas con gran sabiduría y solemnidad que nos hace volver sobre lo leído para disfrutar de la reacción que experimentamos al darnos cuenta de lo que realmente importa. Frases que dejan huella. Frases que nos silencian para llegar a ser.

Respira. Lee. Fluye.

El lagarto clueco.

La normalidad nos define como seres rutinarios que ejecutan siempre las mismas pautas y acciones en un momento y lugar determinado.

Es así. Somos animales de costumbres, desde la cuna, y esas costumbres están para hacernos sentir, de alguna manera, seguros y, para sabernos a salvo de los cambios ya que la resiliencia, como tal, nos viene a veces demasiado grande.

Porque con la rutina sabemos que todo lo que nos rodea se mantiene bajo nuestro control, manejamos las situaciones porque ya sabemos el camino que tomarán, sabemos qué contestar, qué opinar porque el hilo no se ha roto, sigue pendiente de nuestra psique. Sigue con nosotros.

Tememos perder el control.

Porque si perdemos el control ya no somos parte de nada. Todo queda en manos de la inesperada improvisación. Ya no hay vuelta atrás.

Imaginarnos cerca de la locura nos deja perdidos en el caos, es la perdición, lo malo que puede salir fuera de nosotros y que, además, aún no sabemos que existe.

Porque no nos conocemos lo suficiente para dejar la mano en el fuego, no sabemos hasta dónde podríamos llegar. Y sólo vislumbrar esa posibilidad quedamos a merced de la piedad, del ruego, de no dar un paso en falso, porque da miedo. Nos da miedo.

Nadie llega a conocerte tan bien para lograr llegar a esa profundidad tan oscura.

Porque no lo sabemos. Porque no lo entendemos.

Lola Quintana en El lagarto clueco nos deja a la intemperie esa incertidumbre de la enajenación, ese lugar turbio y dudoso de la cordura pensando en la dicotomía de hacer o no hacer, en el límite de esa acción siniestra.

Lola Quintana juega con las palabras porque son ellas mismas las que desencadenan el acto temido. Sólo hace falta la acción. Te arrojas al sentimiento maléfico y hallas la oscuridad latente, sin control, sin gestión. Sin arrepentimiento.

El lagarto clueco es una de esas novelas en la que el paisaje lanzaroteño nos descubre esas zonas áridas y desérticas. Inaccesibles. Esa zona volcánica del Timanfaya, de Fuerteventura, que nos traslada esa soledad y la intención de pérdida de la que tanto se nutren los personajes. Esa compañía sin serlo, esa verdad tan oscura.

El lenguaje dialectal, la vida de las arraigadas costumbres, las apariencias, la mentira de lo consciente. La temeridad. Este compendio es una parte importante de lo que encontraremos en sus líneas, sumido todo en una acción vertiginosa, de esas que te dejan pensar, de las que dejan huella.

¿Hacemos el viaje?

Vestido de novia.

Y seguimos haciendo nuestras vidas.

Vivimos rodeados de personas que, cada día, interactúan con nosotros de la forma más imperceptible. Sigilosos, pero presentes.

Y salimos. Salimos con amigos, a la compra, vamos casualmente al cine, tiramos la basura y lo hacemos con la certeza de que todo está bajo nuestro control. Inquebrantable. Sin miedos.

Pero las sombras acechan. Y nos aguardan en cada esquina, sin hacer ruido, sin dejar rastro.

Y se agarran. Se agarran a ti para mezclarse contigo haciendo lo que tú haces, sintiendo lo que tú sientes como esos puntos fuertes que te definen y, a la misma vez, teniendo muy en cuenta lo que te hace débil para retorcerlo en cuanto haya una oportunidad.

Y se quedan sin que te des cuenta de nada. Encima de ti. Parásitos.

Pierre Lemaitre nos narra una historia en Vestido de novia, la historia de Sophie que transcurre en el París contemporáneo. Una vida feliz, completa hasta que se da de bruces con sus sombras interrumpiendo así, todo lo que consigue. Todo lo que ha de pagar.

No podría desarrollar más esta trama debido a que la novela, desde principio a fin es inquietante, fascinante. El desarrollo de la acción recuerda a un tren de alta velocidad ya que, cuando empieza ya no es posible parar hasta terminar el trayecto.

Quedé fascinada con el desarrollo de la acción, giros constantes que dan lugar a expresiones ojipláticas que son trasunto de un punto y aparte, de esa sorpresa que no deja a nadie indiferente. Brillantez de ejecuciones en los movimientos de la trama, descripciones tan esmeradas que dejan ver cara a cara a ese personaje en acción.

Es una forma de escribir que deja huella.

¿Te atreves a caer en su tela?