Cuando hablamos de patria lo hacemos desde la dualidad del significado, desde la división que dejaron los años de la guerra y que, lamentablemente, seguimos imponiendo a pesar de que la patria es sólo una palabra que nos designan como cuidadanos de un país.
Y cuando leemos Patria de Aramburo nos damos cuenta que las divisiones siguen apareciendo en más territorios, que ya no es la guerra la que las genera sino los propios rencores de querer pertenecer o no a una patria.
Porque hay gente que muere por su patria. Porque hay gente que mata por su patria.
Y no sabemos cuál de ellos provoca más miedo, si el que muere o si el que mata ya que, ambos destruyen. Destruyen familias, desprecian amistades, sentimientos y creencias. Destruyen la humanidad.
Porque Fernando Aramburu nos deja reunirnos con dos familias vascas, la del Txato, la de Miren, que ven enfrentados sus pareceres por la necesidad de querer ser o de querer no ser uno más. Porque la lucha de ideales se convierte en terrorismo cuando ya no sabes dónde están esas ideas que te hicieron luchar. Cuando ya no preguntas el por qué. Cuando ya no sabes para qué.
La novela nos deja al descubierto la conversión de la rebeldía inocente en la barbarie sin control. Ese algo en lo que siempre has creído por convicción, por devoción, por que no hay más remedio si quieres pertenecer a la parte vencedora porque los muertos ya han perdido, al igual que sus familias. Pero cuando pasa el tiempo y pasas a contemplar la vida que has dedicado a la causa que creías merecedora de tanto sacrificio, ahora ya no lo es tanto… Ahora ya no lo es tanto.
La realidad que encontramos en las páginas de este libro es la que escribe la historia, la de una parte de nuestra patria.
Patria.