La mujer que tenía los pies feos.

Fotografía: Gaelia Smith.

Las relaciones. Pilares fundamentales.

Los tres pilares fundamentales en los que se sustenta una relación son, a mi entender: el amor, la confianza y la independencia.

Cada persona es única, no una mezcla confusa de ambos.

Si esta independencia se pierde entra en juego la codicia humana, el afán del ser humano por controlarlo todo, que incluye a la otra persona y, esto hace que se difumine la línea en la que se deja de ser uno para vivir desde el lado de la otra parte, para convertirse en un trasunto del otro.

La sensación de dominación queda relegada al libre albedrío. Ya no hay reglas. Gana el que más aguante. Y lo que antes era, queda relegado a ser una sombra , un recuerdo de lo que fue para respaldar las decisiones sin bases, para pensar en común sin creer, perdiendo la individualidad que lo definía.

Una pareja no te resta. Nunca.

Una pareja suma. Suma todo lo que se necesita para complementar, no para dominar.

Una pareja beneficia a la otra parte para seguir siendo uno y, aún así, estar acompañado, en todos los sentidos. Todo lo demás se torna tóxico. Gris.

En La mujer que tenía los pies feos de Jordi Soler, se nos describe, de una manera tragicómica, la pérdida paulatina de la personalidad para adherirse a la de una pareja elegida con esmero; con anécdotas variopintas y acciones maquiavélicas nos va infundiendo esa inseguridad de no saber quién eres, quién quieres ser o cómo quieres ser dentro de esa comunión afectiva.

La pareja.

La pareja une, crece, aprende. Nutre.

Sé tú, contigo para poder ser con los demás.

El ruido de las cosas al caer.

Foto: Gaelia Smith.

Frágiles.

Nos rompemos en mil pedazos sin apenas tocar el suelo. Se cuartea nuestra piel dejando ver los surcos que cincelan nuestra alma. Nuestra vida.

Continuo miedo a infravalorar las consecuencias que acarrean esa rotura que nos desgasta por dentro hasta cansarnos, hasta deja visible las heridas en nuestro cuerpo.

Sin inmunidad.

Ni si quiera somos inmunes a esas pequeñas cosas que se aferran a nuestro interior, doblegando, así, la mínima posibilidad de consciencia. Porque seguimos siendo frágiles.

Y vivimos con miedo a perder. Y vivimos con miedo a perdernos.

Nos lastra lo material. El dinero trastoca cualquier escala de valor y nos degrada hasta empequeñecernos, siendo capaces de dejar a un lado lo que es verdaderamente importante: la vida. Pero basamos nuestra vida, tan etérea, en la materia a la que hemos sumido al Universo.

Pero cambiamos la percepción cuando nos perdemos nosotros mismos. Todo es diferente. Porque la fragilidad nos deja sin escudos, a la intemperie, rebajados al mínimo exponente.

Porque todo lo importante no se compra, porque todo lo importante no se vende.

Cuando nos perdemos en el miedo a ser, en el miedo a sentir, nos alejamos de nuestro cometido: vivir.

Vivimos para nutrir de experiencias nuestra alma. Seguimos buscando algo que nos ayude a crecer interiormente, amamos la tranquilidad, abogamos por la satisfacción de seguir viviendo. Porque todo lo demás, cuando nos perdemos, ya no tiene la mínima importancia.

En El ruido de las cosas al caer, Juan Gabriel Vásquez, nos hace partícipes de la pérdida metafórica de una persona y su necesidad de buscar. Buscar el regreso, su camino y salir de la truculenta existencia del miedo.

Miedo es la palabra que más se advierte entre sus páginas. Miedo al cambio, miedo a encontrar lo que no se quiere, miedo de seguir perdiendo.

Increíble narración que nos da una visión muy personal de Colombia, una perspectiva muy humana e insegura de la que se nutre para dejar a la vista ese sentimiento que impera en la novela: el miedo a lo conocido.

Vestido de novia.

Y seguimos haciendo nuestras vidas.

Vivimos rodeados de personas que, cada día, interactúan con nosotros de la forma más imperceptible. Sigilosos, pero presentes.

Y salimos. Salimos con amigos, a la compra, vamos casualmente al cine, tiramos la basura y lo hacemos con la certeza de que todo está bajo nuestro control. Inquebrantable. Sin miedos.

Pero las sombras acechan. Y nos aguardan en cada esquina, sin hacer ruido, sin dejar rastro.

Y se agarran. Se agarran a ti para mezclarse contigo haciendo lo que tú haces, sintiendo lo que tú sientes como esos puntos fuertes que te definen y, a la misma vez, teniendo muy en cuenta lo que te hace débil para retorcerlo en cuanto haya una oportunidad.

Y se quedan sin que te des cuenta de nada. Encima de ti. Parásitos.

Pierre Lemaitre nos narra una historia en Vestido de novia, la historia de Sophie que transcurre en el París contemporáneo. Una vida feliz, completa hasta que se da de bruces con sus sombras interrumpiendo así, todo lo que consigue. Todo lo que ha de pagar.

No podría desarrollar más esta trama debido a que la novela, desde principio a fin es inquietante, fascinante. El desarrollo de la acción recuerda a un tren de alta velocidad ya que, cuando empieza ya no es posible parar hasta terminar el trayecto.

Quedé fascinada con el desarrollo de la acción, giros constantes que dan lugar a expresiones ojipláticas que son trasunto de un punto y aparte, de esa sorpresa que no deja a nadie indiferente. Brillantez de ejecuciones en los movimientos de la trama, descripciones tan esmeradas que dejan ver cara a cara a ese personaje en acción.

Es una forma de escribir que deja huella.

¿Te atreves a caer en su tela?