Hay un libro destinado a cada uno de nosotros. Uno que nos haga crecer. Desde mi blog te ayudaré a encontrar el tuyo mediante las críticas y reseñas de los libros que forman parte de mi biblioteca particular, de una forma clara y asequible. Sígueme.
Autor: Gaelia Smith
Filologa Hispánica, profesora de lengua y literatura por vocación. La lectura, como la música, es algo indispensable para mí ya que me hace transportarme a mundos en los que puedo ser protagonista, en los que puedo tener más vidas que la mía.
¿A qué llamamos ser una persona decente o, mejor dicho, en qué basamos la definición de ser una persona decente?
Hablaríamos de honradez, hablaríamos de rectitud. Pero, ¿en qué sentido? ¿Compromiso? ¿Coherencia? Decencia.
Según su definición, decencia hace referencia a la compostura correspondiente a cada persona. Comportamiento sólido dado por un contexto definido en la realidad de cada persona. No se puede medir la decencia a menos que sea comparándola directamente con las situaciones ocurridas. Experiencias.
Pues bien, teniendo en cuenta el significado podríamos hablar en mayor medida de coherencia. Porque la situación es la que define por completo los límites de la honradez de cada persona. Coherencia entre el significado y el significante, entre la acción y sus complementos. Entre la situación y su actuación.
La acción y su correlativa honradez. ¿Qué fin justifica el medio? ¿Cómo confirmar las consecuencias desde un significado incompleto? El contexto.
En Personas decentes,Leonardo Padura nos muestra la trayectoria de aquellas personas que retrata como decentes, en su mayoría arquetipos de diferentes clases sociales y coherentes con su rutina diaria, actuando en consecuencia, complementando sus acciones con la honradez que le permite cada situación. La vida les dispone una permanencia en sintonía con la posibilidad de vibrar bajo un mismo encuadre pero con diferentes prismas.
Y seguiremos confundiendo estos términos hasta la saciedad. Individual y socialmente y no por su significado, distinto en cada término, sino por nosotros mismos, por la percepción social que llevan impregnados, por la gestión de poder. Por nuestra condición.
Pero, ¿Quién se encuentra arriba de la cadena de mando? Y, a su vez, ¿Quién dirige los hilos? ¿Cómo hay que mantenerse en pie, desde la tiranía o desde el liderazgo?
Líder, tirano. Combinación o antítesis de una misma realidad. La que nos rodea, porque no se puede ser un líder en un mundo dominado por los tiranos, porque en un mundo tirano el liderazgo está de más. Sobrevalorado.
No interesa.
Porque un líder confía en la gestión de poderes, en la meta a conseguir. Y lo consigue. Porque un líder va creando lealtad a su paso, confianza; el tirano, a su vez, gestiona su poder con mentiras, rencor, miedo.
¿Qué quieres ser?
En Los perros que nadie quiere de Juan González Mesa, se ponen de relieve estas dosrealidades incompatibles en la sucesión de dos generaciones en la familia Claro en la que, una primera está sembrada por los temores de la tiranía y la segunda se apoya en la lealtad del liderazgo. El reino del terror contra la sabiduría de la confianza.
Contra el miedo, nadie es fiel. Sobrevive. Sálvese quien pueda.
La conformación de la individualidad la compone los matices de la experiencia y el pensamiento de cada ser. Nos creemos únicos e irrepetibles, ¿realidad o desconocimiento?.
Espejo. Reflejo completo de una realidad. Realidad con ambascaras.
¿Y si nuestro reflejo pudiera adquirir autonomía, obtener, en esa cara oculta, esa vida conformada por nuestras vivencias pero de un modo distinto? CaraB o, ¿sería la principal?
La experiencia es nuestro mapa de vida, lo que nos señala el camino, lo que nos va nutriendo el alma con el aprendizaje. Ninguna experiencia, ninguna vivencia es comparable. Nadie vive por ti. ¿O sí?
Si pudiéramos transferir nuestra información (personal y genética) a otra persona tendríamos la posibilidad de autocopiarnos y de confiar que, nuestra cara B siguiera el mismo camino que trazamos sin preguntar si alabaría nuestros logros o, por el contrario, desaprobaría, en su totalidad, la forma en la que hemos invertido tanto esfuerzo. ¿Orgullo? ¿Decepción?
Incompatibilidad de una dualidad de experiencia. ¿Sería posible?
Esto es lo que relata HervéLeTellier en Laanomalía, un posible encuentro con nuestra doble cara, esa otra versión que nos juzga de forma crítica, y se queda, cerca; y se va sin mirar atrás, o se deshace de lo que somos para convertirse en la mejor versión.
Espectadores de nuestra propia vida.
¿Quién eres, tú o tu versión? Mírate y compruébalo.
Combinación explosiva que deja secuelas imborrables.
La juventud es la prácticafehaciente de la confianza. Confiamos y arriesgamos. Apostamos a un único número y, a veces, solo a veces, perdemos la jugada. Y caemos irremediablemente.
Y duele. Nos duele porque confiar es una manera de exponerte. Desnudez.
Y esa traición no debe quedar indemne. Pero para ti queda tatuada en tu interior. Imborrable. Y aprendes del error y sabes que la lealtad ya no significará lo mismo. Y te rompes por dentro. Por fuera. Porque la codicia, la necesidad de poder está por encima de todos esos valores que ya no son comprendidos.
Traición y venganza.
Otra dualidadcertera. Porque necesitas hacer entender el significado completo de la palabra lealtad. Y, sin embargo, pasamos de víctimas a verdugos. A pagar con la misma moneda.
¿Es necesario? La ley de Talión, ¿merece la pena?
Alberto Salas en su novela Lamaldicióndelbúho de la Casería relata una historia de juventud y promesas, de amistad y confianza, de traiciones y venganzas, de codicia y poder. Desde mi tierra natal, San Fernando, la novela comienza en un enclave histórico y misterioso: el cementeriode los franceses o, también llamado, como reza en su placa conmemorativa, de los ingleses. Lugar que produce sensacionescontrarias. Inestable, impasible.
Alberto Salas muestra la ciudad De San Fernando, sus calles, lugares emblemáticos desde la mirada del sargento de la Guardia Civil, Guimerá, que será el encargado de resolver el crimen cometido y, que será el comienzo de una novela apasionante y adictiva.
Este libro no habla deuna historia de guerras. Este libro no habla de un bando Nacional o un bando Republicano, de un golpe de Estado, de una dictadura o de la masacre que desentraña una guerra.
Este libro no habla de la posguera y sus consecuencias. Este libro no habla de batallas no ganadas con fusiles y metralletas, con miedos y con mentiras.
Este libro habla de la gente, de la diferencia de clases, del dinero destinado a los más ricos y de la pobreza maltratando a los necesitados. Habla de la inocencia y la desvergüenza, del miedo y de la venganza en sus más bajos niveles, de un pueblo y su habitantes. Este libro habla de María, una mujer que ama la cultura, sobreviviente entre tanta miseria; de Fidel, un hombre de poca moralidad, con dinero y sin honor.
Este libro reflexiona sobre la naturaleza humana, sobre el poder de los poderosos y el valor de los que no tienen nada que perder. Relata el tiempo que dura la Guerra porque, aún hoy, seguimos diferenciándonos entre rojos y fachas aunque algunos lo hagan sin el conocimiento necesario de aquel fatídico mes de julio de 1936 o, quizás, mucho tiempo atrás.
Este libro nos cuenta la historia de la gente que sí quiere vivir, de la que vive sin querer. Es un alegato a la vida y a la justicia que, aunque tarde, siempre se abre camino.
Este libro descubre a los poetas que nacen de la sensibilidad de las palabras, del significado de las mismas; de cómo sanan, de cómo hieren, del desconocimento de sus poderes.
Este libro de Rafael M. Pastrana alaba la vida, todo lo que importa. Va de ser Roja, Puta y Gaditana, de la cultura y las buenas intenciones.
Las decisiones conforman nuestra existencia. Consecuencias, ecos de las confrontaciones que albergan nuestro camino.
Decidir qué hacer, saber qué decir en el momento adecuado, ese momento que se roba un minuto, esa mirada, la necesidad de contacto que confirma que el poder del destino lo hallamos en la contraposición: sí o no, bien o mal, aquí o allá.
Responsabilidad. Miedo a la confrontación. Expectativas que quedan varadas a la espalda de cada pérdida, de cada ganancia.
Las decisiones traen consigo una consecuencia, una parte indeleble de la razón de ser de la persona y, en el peor de los casos, sólo queda hablar en pretérito de subjuntivo para calmar, para clamar al resultado fallido, la paciencia quebrada, esa parte disimulada.
Porque todo queda expuesto. Porque tú quedas expuesta a la sociedad. Y da miedo, da miedo cuando perdemos la batalla.
Encrucijadas. De eso trata la vida.
En La comunidad de Helen Flood, situada en Kastanjesvingen, nada es lo que parece porque cada paso descubre las intenciones más ocultas de los habitantes y queda en suspense lo que sucederá. Y para Rikke y Asmund sólo una decisión tomada hizo falta para quedar a merced de esas opiniones bárbaras de los demás.
Lectura rápida, inteligente, capaz de dejar en vilo hasta el siguiente capítulo. Yo lo hice, lo leí, ¿te atreves?. «Tus secretos ya no están a salvo, entra en la comunidad«.
La familia. El calor. ¿Hay un libro de instrucciones para ello?
Recuerdo que mi madre siempre me decía: la familia es la familia. Enfatizaba en el peso de la pertenencia, en evitar por todo medio la soledad como individuos. En la facilidad de la incondicionalidad.
Definir familia es fácil, no hay más que confirmar los significados de la RAE o de cualquier buscador en Internet y comprobar un resultado común: grupo de personas que conviven juntas y que están unidas por lazos de parentescos o legales. Con este lenguaje despersonalizado, si miramos a nuestro alrededor, vislumbramos una parte de esa familia que se nos muestra en las definiciones. Pero, realmente, ¿Cuál es el significado subjetivo de la palabra familia?
Partimos de la base de que la familia es el clan del que dependemos, nuestras señas de identidad, la que nos permite constatar que pertenecemos a un sitio en concreto, la que te da el origen y las creencias básicas para comenzar el camino. Las primeras leyes de vida te la inculca la familia.
La familia es ADN, es lo que te hace parecido a tu hermana, prima, madre, sobrina…, lo que nos distingue entre toda una multitud. El consabido parecido físico entre unos hermanos, entre padre e hijo, entre sobrino y tío. Pero, ¿este parecido físico, este ADN, es suficiente para aceptar a la familia? Hablo de aceptación, sí, porque hay veces que la familia con parentescos de consanguineidad no se conoce, no se trata, no hay lazo espiritual. No hay otros lazos que no sean los de haber nacido en el mismo clan. ¿Es suficiente esta consanguineidad?
La familia también es política, como en la definición de la RAE, es decir, las personas que eligen los miembros del clan para compartir su vida. Adquiere ese matiz de familia política. ¿Puede la familia política ser más familia que la del clan? ¿Puede darse esa situación? A veces sí, a veces llegas a un entendimiento pleno con esa persona que no alcanzas con las de tu clan. Otras veces no y sucede todo lo contrario. ¿Por qué sucede esto?
La familia, a mi entender, es la base de la experiencia que crece paulatinamente a medida que nos vamos conociendo a nosotros mismos. Es la constancia, la nota discordante, a veces, la veracidad, la opacidad, la costumbre, la intransigencia. La solidaridad, la confianza. Ser. Somos nosotros mismos los que confirmamos esa pertenencia o la negamos. Los que tenemos la decisión, primera y final.
A veces contamos con secretos para no dañar. La prudencia que se vale de la mentira para validar su presencia. Obviamos el daño racional porque descompensa la balanza, esa mentira piadosa evitará la exposición al peligro de extinción de la familia. Esa ola de calor que nos deja hastiados hasta que desaparece y podemos pensar con claridad. Esas instrucciones para una exposición al peligro de la pérdida.
Porque hay verdades incómodas, porque hay verdades irrefutables. Porque de ellas depende el equilibrio.
Cuando leemos Instrucciones para una ola de calor comenzamos con una historia familiar no más importante que otra, una huella que deja el apellido Riordan y que, a medida que avanzan las páginas, percibimos lo que no se dijo, las consecuencias de unos actos inconscientes, las decisiones no tomadas a tiempo, la apariencia fingida y la necesidad de la permanencia como tal. Maggie O’Farrell nos propone una ruta a través de los Riordan para desentrañar la definición completa de la palabra familia, con descripciones brillantes, con pasajes vivos y ligeros, una tragicomedia que nos llega a todos de lleno porque, ¿quién no pertenece a una familia, sea como sea?
Los tres pilares fundamentales en los que se sustenta una relación son, a mi entender: el amor, la confianza y la independencia.
Cada persona es única, no una mezcla confusa de ambos.
Si esta independencia se pierde entra en juego la codicia humana, el afán del ser humano por controlarlo todo, que incluye a la otra persona y, esto hace que se difumine la línea en la que se deja de ser uno para vivir desde el lado de la otra parte, para convertirse en un trasunto del otro.
La sensación de dominación queda relegada al libre albedrío. Ya no hay reglas. Gana el que más aguante. Y lo que antes era, queda relegado a ser una sombra , un recuerdo de lo que fue para respaldar las decisiones sin bases, para pensar en común sin creer, perdiendo la individualidad que lo definía.
Una pareja no te resta. Nunca.
Una pareja suma. Suma todo lo que se necesita para complementar, no para dominar.
Una pareja beneficia a la otra parte para seguir siendo uno y, aún así, estar acompañado, en todos los sentidos. Todo lo demás se torna tóxico. Gris.
En La mujer que tenía los pies feos de JordiSoler, se nos describe, de una manera tragicómica, la pérdida paulatina de la personalidad para adherirse a la de una pareja elegida con esmero; con anécdotas variopintas y acciones maquiavélicas nos va infundiendo esa inseguridad de no saber quién eres, quién quieres ser o cómo quieres ser dentro de esa comunión afectiva.
Creer. Creer en algo. Sólo creer es lo que nos humaniza en este plano terrenal que nos ocupa ya que, necesitamos una solución lejos de lo racional en aquellos momentos en los que no tenemos ninguna otra opción que la de aferrarnos a nuestras creencias. Creer en algo. Creer en alguien. Creer.
Sólo creer.
Y manifestamos estas creencias desde una forma íntima y personal, moldeando nuestra estructura de valores para conseguir generar la calma perfecta en los momentos de desesperación. Pero también mostramos nuestra fe de una forma colectiva, compartiendo con aquellos más afines las experiencias vividas y sentirnos, de esta forma, más arropados. Pero sigue siendo lo mismo. Fe.
No obstante, cuando esta fe se torna estática, albergada por una institución, dejamos abierta la posibilidad de la deshumanización de la fe, de la sinrazón. Porque cuando todo se institucionaliza, se torna en un dogma sin sentido aparente, juega un papel desmesurado la dualidad de las cosas: el bien como contrapunto del mal. El cielo como advenimiento de lo bueno, el infierno como castigo al mal.
Todas estás manifestaciones llevan a radicalizar una actitud que debería ser genuinamente personal porque cada persona creerá en lo que le hace más fuerte, en lo que le hace más feliz, en lo que lo convierte en más humano. Lo que no entendemos provoca desasosiego encarnando el miedo y el terror.
Miedo. Misterio. Terror.
Víctor Herrero, a grandes rasgos, trata este tema en El secreto de Luzbel, en el que un misterioso asesinato vuelve a asolar el Monasterio de la Vid. Vanesa Chacón, en colaboración con el capitán de la guardia civil, Ramón Gámez, intentarán desentrañar los misterios que envuelven este crimen tan atroz, teniendo de nuevo, en el punto de mira a Ángel Beltrán, personaje que juega un papel importante también en la primera parte El plan de Luzbel.
Novela negra inteligente y bien construida que, mediante un suceso trágico, saca a la palestra temas tan interesantes como las traiciones, creencias, superación y las relaciones interpersonales.
«En un futuro tan real y cercano que podría ser hoy, cuando las mujeres se duermen, brota de su cuerpo una especie de capullo que las aísla del exterior. […] Los hombres, por su parte, quedan abandonados a sus instintos primarios...»
… y es que, en un mundo donde la dualidad del ser está en compendio entre lo masculino y lo femenino, ¿qué pasaría si renegáramos de nuestra parte femenina?
Componemos nuestra esencia entre la parte y su contrario, porque nos nutrimos de lo necesario de cada una de ellas. Porque la dualidad es lo que mantiene el equilibrio en nuestra alma. Sin este equilibrio no tendríamos la percepción extra sensorial de lo natural.
Porque en Bellas durmientes, encontramos la dicotomía de la pérdida de nuestra parte femenina dejando sola la singularidad masculina en su partícula primigenia, sin esa estabilidad, perdemos la completa razón del ser. Al renegar de nuestra composición quedamos a la deriva, presos a la nada, al ninguneo de nuestros instintos, sin tener en cuenta la meta que nos lleva a la materialización de nuestros sueños. Hombre o mujer. Mujer u hombre.
Sin nuestro trasunto femenino convivimos con el vacío existencial, con lo incompleto, una parte banal, sola. Al igual que la pérdida de su contrario. Sin ambos, nos degradaríamos a la inconsciencia.
Stephen King nos demuestra, en esta novela, la necesidad de perseguir la dualidad completa, sin necesidad de elegir entre una y otra, ambas en su justa medida crean la armonía precisa sin necesidad de hablar de abusos, maltratos. Sin tener que pisotear la capacidad de una y de otras. Juntos.
Porque lo femenino completa a lo masculino. Y viceversa. Porque se crea una consonancia inexpugnable.
Dúo.
Cuidemos de nuestra alma con su división de poderes ya que, sino, seguiríamos tan ciegos como hasta ahora.