El último verano de Silvia Blanch.

Foto: Gaelia Smith

La consciencia nos va mostrando los pasos de nuestro comportamiento para con nosotros mismos y la sociedad.

Es por ello por lo que sabremos distinguir cuál es el roll que desempeñamos en nuestro entorno. Cómo nos identificamos ante las personas, ante nosotros mismos.

Comprendemos, de esa manera, dónde comienza la línea divisoria que hace posible que la moral, la ética salga siempre a la luz. Hacia qué punto debemos dirigir nuestras miradas para conseguir los objetivos propuestos, con el compromiso, obviamente, de la convivencia con los demás.

Si estos límites se nos plantean difusos surgirá, de manera inconsciente, el problema.

Nuestra escala de valores se verá sacudida tan fuertemente que, con cualquier detalle insignificante, todo saltará por los aires dejando en evidencia la oscuridad presente que nos gobierna.

Esa debilidad es la que nos deja prisioneros de nuestros sueños más oscuros.

Intentamos escapar de las pesadillas que nos acechan pero, a veces, nuestro ego es más fuerte que esa conciencia de la realidad y quedamos a merced de sus decisiones.

Lorena Franco en El último verano de Silvia Blanch, nos habla de la forma inquietante en la que se puede corromper esta conciencia. La debilidad como punto de partida, presente en la mayoría de los personajes marcando la personalidad de cada uno, definiendo el roll que les llevará a la evolución extrema en la novela.

Lorena Franco nos pone de relieve el hecho de que ninguno de nosotros estamos fuera del alcance de sufrir las consecuencias de esa debilidad interna ya que, no sólo nos afecta a nosotros sino, como una onda expansiva, se lleva por delante todo cuanto nos rodea.

Maravillosa ejecución de la trama, evolución constante de los personajes, tanto principales como secundarios y, por supuesto, el giro inesperado que nos dejará sorprendidos e inquietos, pasando las páginas de una manera casi compulsiva.

¿Qué pasó en el último verano de Silvia Blanch? ¿Te atreves a descubrirlo?

Ven.

Cuatro por cuatro.

Foto: Gaelia Smith.

La élite.

El acceso total al control, limitado sólo a unos cuantos privilegiados, magnates del engaño y la perversión.

Todo lo que queda por debajo de lo que consideran la élite quedará subordinado, bajo control.

Sólo hay un punto de vista, un pensamiento común adaptado a esa realidad creada para ese fin. Su credo.

Porque en todo poder hay corrupción y quien no juega con las reglas dictadas, estará fuera. Porque nunca se cuestionan los problemas en la élite, se eliminan.

Y ya no importan las personas como tal sino la posibilidad de poner un precio. Si se puede comprar, estará a su alcance. Así se mantiene el rol del control, tienen la posibilidad de ser propietario de algo, de alguien. Porque todo lo demás no importa.

No importa. No, importa.

Sara Mesa, en Cuatro por cuatro, nos muestra, de una manera descarnada, la realidad en donde reside el poder corrupto, la inmoralidad que emana el Gran Hermano, aquel que todo lo ve, aquel que todo lo sabe, la decisión sobre una vida, sobre una muerte. Narración que hace reflexionar sobre las dos caras del poder y el descreimiento de la verdad.

La libertad es el bien más preciado.

No permitas que te la arrebaten.