La vida se compone de pequeños detalles que nos van mostrando toda esa gama de sensaciones, emociones variadas que nos dejan un regusto complejo y constante que variará según la persona.
En mi caso, se abre paso a grandes zancadas la emoción por el misterio, del interrogante que se crea en torno a un suceso, a un momento concreto del tiempo, un lugar y un espacio determinado.
Porque el misterio te mantiene en vilo intentando, con la sucesión de acontecimientos y la lógica permitida, resolver lo que se acomete en imaginados escenarios o, por qué no, reales.
Pero hay muchas maneras de narrar un suceso novelesco con tintes de género policiaco ya que, normalmente, se nos muestra el acontecimiento que desencadena todo y, a partir de ahí, elucubramos los distintos motivos por lo que todo sucede o ha sucedido de esa forma. Pero no, en El último barco de Domingo Villar no tenemos la certeza de lo que ha sucedido hasta el final de la novela. Mientras, todo son suposiciones, medias verdades sin que nada sea concluyente y sin saber, a ciencia cierta, por dónde seguir esa investigación.
La intuición.
La intuición del inspector Leo Caldas será la fuente inagotable de argumentos en los que se gestan la gran parte de suposiciones porque con la intuición podemos, sin ni tan si quiera tener absolutamente nada, dirigir los pasos hacia un determinado momento, hacia una determinada persona. Y Leo Caldas nos deja claro que consta con una gran intuición pero, ¿será en esta novela donde lo veamos flaquear? ¿Será en esta novela donde lo veamos en punto muerto?
Domingo Villar nos hace seguir el hilo de una novela magistral, auténtico género policiaco que te embauca desde el primer capítulo, capítulos de lectura rápida que te dejan con ganas de más, de seguir intuyendo lo que ha sucedido con Mónica Andrade y de ser parte de la investigación ya que, al acabar la lectura sigues pensando como Caldas para conseguir, de algún modo, la verdad.
¿Tienes buena intuición? Descúbrelo.