Todos hemos imaginado alguna vez un mundo paralelo en el cual, la vida tiene la misma correlación que en el mundo real pero la diferencia es que en este mundo secundario, todo es posible. Eso es lo que nos deja claro Haruki Murakami con la saga de libros de 1Q84. En los libros 1,2 y 3 nos narra una trama, en el Japón de 1984, en la que se unen el misterio, el sexo sin tabúes, sectas indestructibles, justicia femenina, personalidades dobles, crímenes machistas ajusticiados, un amor imposible, asesinatos sin razón (o sí) en la vida de dos desconocidos: Tengo y Aomame.
Una canción: la sinfonietta de Janácêck resuena como un mantra en el transcurso de la obra como un interruptor estridente de la irrealidad.
Paseamos por un mundo sin saber si hay una delgada línea que, al cruzarla, nos transporte a otro donde nuestros deseos más íntimos se hagan realidad, en el que vuele nuestra imaginación y todo lo que deseemos se haga realidad. Un mundo que sólo sabremos que nos sumergimos en él por detalles nímios, pequeñeces que hacen el regreso a nuestra creencia de lo real cada vez más difícil. Ese mundo que necesitamos, ese mundo que nos llama para que el ente que dormita en nuestro interior despierte y nos guíe por entre la oscuridad de nuestros sentidos ocultos.
La luna. La luna es la visionaria. El ente estático que nos muestra el camino. La luna, que tanto tiene que ver en nuestra existencia, en la de las mujeres, en la naturaleza, en el mar. Su luz será vital para transportarnos al mundo de la Little People, al mundo de la mother y la daugther. Ese que ansiamos encontrarnos en nuestros momentos de debilidad. A la crisálida de aire. Contemplemos la luna (o las lunas)… ¿cuál es su color?
Pero, todo lo real tiene una parte de irrealidad y, al contrario, en nuestra irrealidad encontramos esa parte de verdad, ¿o no?