La soledad. Solitario. Solo. Como cuando no tienes a nadie a quien contarle cómo te ha ido el día. Como cuando necesitas un abrazo, una mano en el hombro, un consejo y no hay nada. Nadie.
Esa sensación de silencio ruidoso que nos deja sordos de tristeza, que nos deja pensando si valdrá la pena el día siguiente, y el otro, y el otro. Y cuando ya crees que ya es suficiente, ahí está él. Tu mejor amigo. Tu mitad en forma de bolita peluda llamado: Taco, Tana, Tau o, en caso de James Bowen: Bob.
Un gato te cuida, te sana, te hace adquirir responsabilidad para que esa soledad sea menos alarmante, se haga menos visible porque, con él, ya no estás solo. Cuando las preocupaciones te acechan él se sentará en tu regazo diciendo: «no pasa nada. Yo te cuido«. Y te sana. Y te va quitando esas preocupaciones hasta que ya no sientes que lo fueran. Hasta que sonríes y lo acaricias. Escuchas su ronroneo. Su hocico húmedo. Su vida. Su espíritu.
Esta historia real de Un gato callejero llamado Bob, nos cuenta la vida de James Bowen cuando, en un momento fulminante de su vida, el gran gato Bob lo salvó del hundimiento inminente de su ser. Superación al cuadrado en donde Bob será el guía espiritual de James y lo sanará y lo salvará hasta, como vemos, escribir su historia como homenaje al sabio gato Bob.
Los gatos son los sanadores de tu alma. Están cuando tú los necesitas. Después, se irán a sanar otras vidas. Un gato es un regalo de la vida.