La oscuridad de los sueños.
Los sueños. Algo íntimo. Tan personal que nos sentimos invadidos si salen a la luz.
No soy de las que cuenta hasta el último resquicio de su alma. No. Pero nos rondan los sueños. Haciéndolos mágicos: cuando volamos, cuando somos las heroínas de tu vida. Eróticos, en los que los límites de la realidad se desvanecen para que suceda todo lo que imagines. Los macabros, que reviven una y otra vez ese sentimiento de angustia existente: perder a un hijo o la propia muerte.
Aunque sólo son sueños. Irrealidades parte de un yo tan íntimo que, a veces, nos ruborizamos sólo al pensar en que puedan descubrir sus realidades existentes. Pero nada más. Ya.
Un sueño no es realidad. Es esa parte rebelde que evoca nuestro subconciente. ¿O no?
La muerte, como género persistente en la novela negra. Ese género inmediato que produce las más sinceras expresiones de sorpresa cuando seguimos leyendo las páginas del libro en el que estamos inmersas. Esa incredulidad solitaria que sólo tú entiendes, esa mirada crítica que cambia con el paso de una página.
Michael Connelly consigue esa mano furtiva en la boca tapando la sorpresa, esos ojos desorbitados cuando acaba el capítulo. Con La oscuridad de los sueños vuelve a involucrar al periodista de sucesos, Jack McEvoy y a la agente del FBI Rachel Walling en una trama que no nos deja indiferentes. Pero en este caso se mezcla lo real y lo irreal en la mente de un macabro asesino que hará lo posible por mantener el control pero, ¿lo conseguirá?
Hay veces que la realidad supera la ficción. ¿Son sólo sueños?