Al vivir en sociedad estamos expuestos a los conflictos. Conflictos generados por uno mismo, por el grupo o por meras infundaciones. Y en un conflicto siempre interactúan los mismo actores: el agresor, el agredido y el grupo.
El agresor, por definirlo de alguna manera, es aquel que se gana el respeto por someter a todo su círculo a la tiranía de su poder, que no liderazgo. El agresor promulga seguridad en sí mismo, fortaleza y capacidad de dirigir a la multitud. Y, a la hora de la verdad, no tiene ninguna de estas cualidades. Sino, todo lo contrario.
El agredido es aquella persona que se ve sometido a la tiranía del agresor por demostrar debilidad hacia las situaciones conflictivas que va gestionando el agresor.
Y el grupo. El grupo son todos aquellos que, viendo la situación en la que están envueltos los actores anteriores, sólo miran, sin hacer nada al respecto. Teoría recogida de la mediación escolar para la gestión de conflictos en el aula. Y esta teoría es la base de toda relación humana.
En la sociedad siempre hay alguien que destaca o sobresale por la tiranía en sí misma, no por sus cualidades, que intenta promulgar una serie de derechos y deberes expuestos por su propia visión de la realidad y quien no acate sus reglas, será el centro de las agresiones, de las burlas y rumores que, a veces, llegan a afectar hasta consecuencias irreversibles. Pero toda esta situación está estimulada por el grupo de personas que, viendo ese caos que se genera alrededor de los protagonistas, no son capaces de actuar, ya sea en positivo o en negativo. Solo son meros espectadores de los hechos dramáticos.
Y muchas veces, aunque no nos guste, hemos o estamos formando parte del grupo. Y somos nosotros mismos los que sentenciamos una situación con desenlaces fatales sin evitarlo. Porque la sociedad nos dice que es mejor no hacer nada para no sufrir daños, para proteger nuestra integridad física y psíquica. Pero, ¿qué pasa con el otro? ¿Qué sucede con el sufrimiento de la otra persona? ¿Esa que está dentro del conflicto pidiéndonos ayuda? Nada, porque nosotros miramos hacia otro lado. Porque corazón que no ve es corazón que no siente. ¿O no?
William Golding, premio Nobel de literatura en 1983, en El Señor de las Moscas, refleja esta panorámica basándose en un grupo de niños que quedan atrapados en una isla desierta y, a la hora de organizarse comienzan los conflictos entre ellos, generándose los papeles de agresor, agredido y grupo desencandenando situaciones inesperadas con finales dramáticos y sorpresivos.
Lectura obligatoria para hacernos recapacitar de qué papel ocupamos en la sociedad y de cómo podríamos recuperar el control de lo que somos. ¿Lo lees?